sábado, 23 de agosto de 2014

PALABRAS PARA UN NUEVO MILENIO. Gabriel García Márquez

PALABRAS PARA UN NUEVO MILENIO II Encuentro de Intelectuales por la Soberanía de los Pueblos de Nuestra América Discurso central de la sesión de apertura del encuentro, en la sede de Casa de las Américas. Estuvieron presentes Frei Betto, Ernesto Cardenal, Juan Bosch, Daniel Viglietti y Osvaldo Soriano, entre trescientos intelectuales más del continente. Gabriel García Márquez La Habana, Cuba, 29 de noviembre de 1985 Siempre me he preguntado para qué sirven los encuentros de intelectuales. Aparte de los muy escasos que han tenido una significación histórica real en nuestro tiempo, como el que tuvo lugar en Valencia de España en 1937, la mayoría no pasan de ser simples entretenimientos de salón. Sin embargo, sorprende que se celebren tantos, y cada vez en número mayor, más concurridos y costosos a medida que se recrudece la crisis mundial. Un premio Nobel de Literatura asegura haber recibido en lo que va del año casi dos mil invitaciones a congresos de escritores, festivales de arte, coloquios, seminarios de toda índole: más de tres diarios en sitios dispersos del mundo entero. Hay un congreso institucional, de frecuencia constante y con todos los gastos pagados, cuyas reuniones se suceden cada año en treinta y un lugares distintos, algunos tan apetecibles como Roma o Adelaida, o tan sorprendentes como Stavanger o Yverdon, o enalgunos que más bien parecen desafíos de cruci- 1 gramas, como Polyphénix o Knokke. Son tantos, I en fin, y sobre tantos y tan variados ternas, que el año, pasado se celebró en el castillo de Mouiden, I en Amsterdam, un congreso mundial de organizadores de congresos de poesía. N o es inverosímil: un intelectual complaciente podría nacer dentro de 1 un congreso y seguir creciendo y madurándose en otros congresos sucesivos, sin más pausas que las necesarias para trasladarse del uno al otro, hasta morir de una buena vejez en su congreso final. Sin embargo, tal vez sea ya demasiado tarde para tratar de interrumpir esta costumbre que los artesanos de la cultura arrastrarnos a través de la historia desde que Píndaro ganó los Juegos Olímpicos. Eran unos tiempos en que el cuerpo y el espíritu andaban mejor avenidos que ahora, demodo que las voces de los bardos era tan apreciadas en los estadios corno las hazañas de los atletas. Ya los romanos, desde el 508 antes de Cristo, debieron vislumbrar que el abuso de los juegos era su mayor peligro. Pues por aquellos años instauraron los Juegos Seculares, y más tarde los Juegos Terentinos, que se celebraban con una periodicidad ejemplar para hoy: cada cien o cada ciento tres años. Congresos de cultura, ya en la Edad Media, lo eran también los debates y torneos de juglares, luego los de los trovadores, y más tarde los de juglares y trovadores a la vez, con los cuales se inició una tradición que todavía sufrimos a menudo: empezaban en juegos y terminaban en pleitos. Pero también alcanzaron tal esplendor, que bajo el reinado de Luis XIV se inauguraban con un banquete colosal, cuya evocación aquí -lo juro- no pretende ser una sugerencia velada: se servían diecinueve bueyes, tres mil pasteles y más de doscientas barricas de vino. La culminación de este concierto de juglares y trovadores fueron los Juegos Florales de Toulouse, el más antiguo y persistente de los encuentros poéticos -modelo de continuidad-e- instaurado hace seiscientos sesenta años. Su fundadora, Clemencia Isaura, fue una mujer inteligente, emprendedora y bella, cuya única falla parece ser que no existió nunca: quizás fue una invención pura de siete trovadores que crearon el certamen en un esfuerzo por impedir la extinción de la poesía provenzal. Pero su inexistencia misma es una prueba más del poder creador de la poesía, pues en Toulouse hay una tumba de Clemencia Isaura en la iglesia de La Dorada, y una calle con su nombre y un monumento a su memona. Dicho esto, tenemos derecho a preguntarnos: ¿qué hacemos aquí?Y sobre todo: ¿qué hago yo encaramado en esta percha de honor, yo que siempre he considerado los discursos como el más terrorífico de los compromisos humanos? No me atrevo a insinuaición que todavía sufrimos a menudo: empezaban n juegos y terminaban en pleitos. Pero también lcanzaron tal esplendor, que bajo el reinado de uis XIV se inauguraban con un banquete colosal, lya evocación aquí -lo juro- no pretende ser na sugerencia velada: se servían diecinueve bueyes, es mil pasteles y más de doscientas barricas de vino. La culminación de este concierto de juglares y ovadores fueron los Juegos Florales de Toulouse, más antiguo y persistente de los encuentros poé.os -modelo de continuidad-e- instaurado hace iseientos sesenta años. Su fundadora, Clemencia iura, fue una mujer inteligente, emprendedora y Ha, cuya única falla parece ser que no existió nun: quizás fue una invención pura de siete trovadores le crearon el certamen en un esfuerzo por impedir extinción de la poesía provenzal. Pero su inexisrcia misma es una prueba más del poder creador la poesía, pues en Toulouse hay una tumba de emencia Isaura en la iglesia de La Dorada, y una lle con su nombre y un monumento a su meona. Dicho esto, tenemos derecho a preguntarnos: ¿qué leemos aquí?Y sobre todo: ¿qué hago yo encaralado en esta percha de honor, yo que siempre he msiderado los discursos como el más terrorífico de IS compromisos humanos? No me atrevo a insinuar ición que todavía sufrimos a menudo: empezaban n juegos y terminaban en pleitos. Pero también lcanzaron tal esplendor, que bajo el reinado de uis XIV se inauguraban con un banquete colosal, lya evocación aquí -lo juro- no pretende ser na sugerencia velada: se servían diecinueve bueyes, es mil pasteles y más de doscientas barricas de vino. La culminación de este concierto de juglares y ovadores fueron los Juegos Florales de Toulouse, más antiguo y persistente de los encuentros poé.os -modelo de continuidad-e- instaurado hace iseientos sesenta años. Su fundadora, Clemencia iura, fue una mujer inteligente, emprendedora y Ha, cuya única falla parece ser que no existió nun: quizás fue una invención pura de siete trovadores le crearon el certamen en un esfuerzo por impedir extinción de la poesía provenzal. Pero su inexisrcia misma es una prueba más del poder creador la poesía, pues en Toulouse hay una tumba de emencia Isaura en la iglesia de La Dorada, y una lle con su nombre y un monumento a su meona. icho esto, tenemos derecho a preguntarnos: ¿qué leemos aquí?Y sobre todo: ¿qué hago yo encaralado en esta percha de honor, yo que siempre he msiderado los discursos como el más terrorífico de IS compromisos humanos? No me atrevo a insinuar una respuesta, pero sí una propuesta: estamos aquí para tratar de que un encuentro de intelectuales tenga lo que la inmensa mayoría de ellos no ha tenido' utilidad práctica y continuidad. Para empezar, hay algo que lo distingue. Además de escritores, pintores, músicos, sociólogos, historiadores, hay en este encuentro un grupo de científicos esclarecidos. Es decir: nos hemos atrevido a desafiar el contubernio tan temido de las ciencias y las artes; a mezclar en un mismo crisol a los que todavía confiamos en la clarividencia de los presagios y los que sólo creen en las verdades verificables: la muy antigua adversidad entre la inspiración y la experiencia, entre el instinto y la razón. Saint-John Perse, en su memorable discurso del Premio N obel, derrotó este falso dilema con una sola frase: «Tanto en el científico como en el poeta -dijo-o hay que honrar el desinterés del pensamiento». Que al menos aquí no sigan siendo considerados -como hermanos enemigos, pues la interrogación de ambos es la misma sobre un mismo abismo. La idea de que la ciencia sólo concierne a los científicos es tan anticientífica como es antipoético pretender que la poesía sólo concierne a los poetas. En ese sentido, el nombre de la UNESCO -Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura- arrastra por el mundo una grave inexactitud, dando por hecho que las tres cosas son distintas, cuando en realidad todas son una sola. Pues la cultura es la fuerza totalizadora de la creación: el aprovechamiento social de la inteligencia humana. O como lo dijo Jack Lang sin más vueltas: «La cultura es todo». Bienvenidos, pues, bienvenidos todos juntos a la casa de todos. No me atrevo a sugerir nada más que algunos motivos de reflexión para estos tres días de retiros espirituales. Me atrevo a recordarles, en primer término, algo que quizás recuerden de sobra: que cualquier decisión a mediano plazo que se tome en estos tiempos de postrimerías es ya una decisión para el siglo XXI. Sin embargo, latinoamericanos y caribes nos acercamos a él con la sensación desoladora de habernos saltado el siglo xx: lo hemos padecido sin vivirlo. Medio mundo celebrará el amanecer del año 2001 como una culminación milenaria, mientras nosotros empezamos apenas a vislumbrar los beneficios de la revolución industrial. Los niños que hoy están en la escuela primaria preparándose para regir nuestros destinos en la centuria venidera, siguen condenados a contar con los dedos de la mano, como los contabilistas de la más remota antigüedad, mientras ya existen computadoras capaces de hacer ciet;! mil operaciones aritméticas por segundo. En cambio hemos perdido en cien años las mejores virtudes humanas del siglo XIX: el idealismo febril y la prioridad de los sentimientos: el susto del amor. En algún momento del próximo milenio la genética vislumbrará la eternidad de la vida humana como una realidad posible, la inteligencia electrónica soñará con la aventura quimérica de escribir una nueva Illada, y en su casa de la Luna habrá una pareja de enamorados de Ohio o de Ucrania, abrumados por la nostalgia, que se amarán en jardines de vidrio a la luz de la Tierra. La América Latina y el Caribe, en cambio, perecen condenados a la servidumbre del presente: los desmadres telúricos, los cataclismos políticos y sociales, las urgencias inmediatas de la vida diaria, de las dependencias de toda índole, de la pobreza y la injusticia, no nos han dejado mucho tiempo para asimilar las lecciones del pasado ni pensar en el futuro. El escritor argentino Rodolfo Terragno ha hecho la síntesis de este drama: «Somos usuarios de rayos X y transistores, tubos catódicos y memorias electrónicas: pero no hemos incorporado los fundamentos de la cultura contemporánea a nuestra propia cultura». Por fortuna, la reserva determinante de la América Latina y el Caribe es una energía capaz de mover el mundo: la peligrosa memoria de nuestros pueblos. Es un inmenso patrimonio cultural anterior a toda materia prima, una materia primaria de carácter múltiple que acompaña cada paso de nuestras vidas. Es una cultura de resistencia que se expresa en los escondrijos del lenguaje, en las vírgenes mulatas -nuestras patronas artesanales-, verdaderos milagros del pueblo en contra del poder clerical colonizador. Es una cultura de la solidaridad, que se expresa ante los excesos criminales de nuestra naturaleza indómita, o en la insurgencia de los pueblos por su identidad y su soberanía. Es una cultura de protesta en los rostros indígenas de los ángeles artesanales de nuestros templos, o en la música de las nieves perpetuas que trata de conjurar con la nostalgia los sordos poderes de la muerte. Es una cultura de la vida cotidiana que se expresa en la imaginación de la cocina, del modo de vestir, de la superstición creativa, de las liturgias íntimas del amor. Es una cultura de fiesta, de transgresión, de misterio, que rompe la camisa de fuerza de la realidad y reconcilia por fin el raciocinio y la imaginación, la palabra yel gesto, y demuestra de hecho que no hay concepto que tarde o temprano no sea rebasado por la vida. Ésta es la fuerza de nuestro retraso. Una energía de novedad y belleza que nos pertenece por completo y con la cual nos bastamos de nosotros mismos, que no podrá ser domesticada ni por la voracidad imperial, ni por la brutalidad del opresor interno, ni siquiera por nuestros propios miedos inmemoriales de traducir en palabras los sueños más recónditos. Hasta la revolución misma es una obra cultural, la expresión total de una vocación y una capacidad creadoras que justifican y exigen de todos nosotros una profunda confianza en el porvenir. Éste sería algo más que uno más de los tantos encuentros que ocurren a diario en el mundo si logramos vislumbrar al menos nuevas formas de organización práctica para canalizar el aluvión irresistible de la creatividad de nuestros pueblos, el intercambio real y la solidaridad entre nuestros creadores, una continuidad histórica y una más amplia y profunda utilidad social de la creación intelectual, el más misterioso y solitario de los oficios humanos. Sería, en fin, un aporte decisivo a la inaplazable determinación política de saltar por encima de cinco siglos ajenos y de entrar pisando firme, con un horizonte milenario, en el milenio inminente.

domingo, 17 de agosto de 2014

LA PROMESA DEL VERDADERO ENCUENTRO

La unidad más básica de la comunicación humana es la “caricia psicológica”. Son definidas como toda comunicación que implica un “mensaje verbal o no verbal de carácter intencionado y comprometido que deja entrever que yo me doy cuenta de que tú estás ahí”. A través de ellas hacemos saber a otra persona que nos hemos percatado de su presencia, que nos importa y que queremos ayudarla. La mayoría de nuestros problemas psicológicos aparecen por la ausencia de caricias, físicas y psicológicas. Del mismo modo que el hambre o necesidad de alimentos es saciada con comida, para la necesidad de contacto y bienestar es necesario, e incluso imprescindible, que la persona sea tocada y reconocida por los demás. Ser abrazados, comprendidos, escuchados, abrigados, protegidos, alimentados, alentados, elogiados, validados, acompañados, e incluso, si esto no es posible, ser al menos agredidos o compadecidos, en definitiva, estamos siendo acariciados. Las caricias son el lenguaje de las sensaciones, las emociones y el alma, y se aprenden en nuestras relaciones diarias, allá donde se producen nuestros sentimientos de fracaso y desazón. Pero, se puede aprender a estar en contacto con lo esencial, con el adentro profundo del corazón, de nuevo. Es cierto, estamos constantemente con muchas personas a lo largo del día, pero ¿con cuántas llegamos a tener un contacto auténtico, fluido y gozoso? acaso una palabra, una valoración a tiempo, un gesto de aprobación... estamos deshabituándonos a lo esencial, al placer de lo cotidiano, de una sonrisa, de un gesto ridículo que nos hace tanto bien, de una palabra que nos hace zimbrearnos, de esa caricia que no va más allá de la simpleza de reconocernos acariciados, de sentirnos escuchados y comprendidos, … En un mundo donde el valor del amor está siendo renovado o desposeído de sus formas, aparece la caricia como el testimonio del latir más profundo de la humanidad. Están llamadas a autentificar las relaciones y acercarse a través de la intimidad a la profundidad del encuentro. Las caricias dan forma porque son la piel porosa y mutable donde damos lo mejor y lo peor de nosotros mismos, y dónde el corazón humano encuentra su rostro. Las caricias son esenciales para la vida física, emocional, psíquica y espiritual de una persona. Sin ellas, dice Berne, la “médula espinal se encogerá”. La falta de ellas por motivos como el abandono, la deprivación emocional, la falta de contacto físico, la ausencia de reconocimiento de las personas más importantes de nuestras vidas, el reconocimiento condicionado, la falta de comprensión, …, sea por las razones que fuere y en función de la gravedad, provocan reacciones que van desde la ansiedad aguda, la necesidad repetitiva e insatisfecha de amor, la falta de seguridad o confianza, los sentimientos depresivos, los trastornos de la personalidad y, en algunos casos, las psicosis agudas. De pronto, tomamos conciencia de que un malestar se instala en nuestra vida, a veces nuevo y otras ya conocido (nos acompaña incluso por años), debido al momento vital que nos toca vivir o porque no se encuentra la manera de cambiarlo. Este malestar puede manifestarse de muchas formas: sensación de sentirse perdido y confuso, enfadado, ansiedad y nerviosismo, dificultad para tomar una decisión, negativa a abordar un conflicto o atravesar una situación difícil y/o la aparición de malestares físicos. Es en estas ocasiones cuando uno se plantea hacer un cambio en la vida y gritamos “ya no puedo más con esto”. Se empieza a saber que se quiere hacer algo pero sin tener claro como. El “síndrome del desacariciado”, como llamamos a estas reacciones, están en el fondo de todos los contactos errados, incomunicaciones, problemas de conviviencia humana, intolerancias, sensaciones de no tener derecho a existir, desacuerdos, desencuentros y desentendimientos en los que basamos o a los que llegamos en nuestras relaciones cotidianas. Su contrapunto, la vuelta a lo esencial y a la salud es recuperar el espacio y el tiempo para acariciar. Esto es ofrecer un espacio de escucha, confianza y seguridad donde la persona que acaricia o es acariciada se sienta libre y capaz de descubrirse y reconocerse, encontrando nuevas maneras de relacionarse mejor consigo mismo y con los demás. En Análisis Transaccional partimos del principio de que “Todos nacemos príncipes y princesas. Después en nuestras relaciones con los demás tomamos decisiones que nos limitan con las que nos convertimos en sapos o ranas encantadas” (Berne). Me gusta recordar esta cita y añadir que: "como seres humanos se nos ha concedido el don de transformar el mero hecho de vivir en un compartir nuestras vivencias (convivir), y esto conlleva el darnos la posibilidad y el permiso para intercambiar caricias espontaneas, cercanas, conscientes, íntimas y respetuosas. Pero esto sólo es posible a quien es capaz de superar las estrecheces de sus espacios habituales, salir de sí mismo para cruzar el río que lo separa del mundo y los demás, en la entrega a la tarea de acercarse a otras personas, con otras realidades, con otros acontecimientos". Cuando alguien viene a verme me recuerdo y hago presente, que la acogida no debe hacerse repentina porque requiere tiempo, respeto y dedicación constante. No basta con ser buena persona o buen profesional. En las orillas entre nosotros, en nuestra puesta en común, la frontera más visible, es la que separa mi piel de la suya. Sin embargo, no hay encuentro, si no decidimos juntos una y mil veces ahondar y des-cubrirnos en el propio país de nuestros adentros y despojarnos de nuestras envolturas y recubrimientos. En el breve e intenso momento de la primera mirada podemos ya ofrecernos, a modo de promesa realizada, la intención de que se va a ser y hacer todo lo posible para que la simple visita se convierta en auténtico encuentro.

domingo, 3 de agosto de 2014

DIFERENCIARSE NO ES DISTANCIARSE

Nuestro viaje comenzó en el momento de nacer, entonces carecíamos del sentido yoico de los límites. Aunque al nacer ya seamos un cuerpo diferenciado, nacemos sin el sentido desarrollado de esa separación. Cuando nacimos no sabíamos dónde terminaba nuestra madre y dónde empezábamos nosotros, por lo que ella era una prolongación de nuestras necesidades y su fuente de satisfacción. Tan vulnerable estábamos frente a la existencia, que nuestra vida dependía de alguien a quien acabábamos de conocer y un mundo al que acabamos de llegar. Nuestra hambre de caricias primera de estimulación (oxígeno, alimentos, ejercicio estimulado a través del tacto-oído-…, descanso, de eliminación –miccionar, defecar, …-, de equilibrio físico-térmico como abrigarse y desabrigarse, hormonal e inmunológico si nos ponemos enfermos, etc) eran los senderos de intercambio con nuestra madre y con el mundo, después llegarían las palabras y la necesidad de reconocimiento. Pareciera como si la existencia ya nos mandara en el parto su primera paradoja, “nacer ya es empezar a morir y a dejar marchar”. Nuestra primera toma de conciencia, inherente al crecimiento, fue la de separación, la de diferenciarse. Nuestra primera tarea fue experimentar y recibir cuidados, mientras que poco a poco íbamos reconociendo una piel personal, con identificación: soy un ser separado de los demás y también lo son aquellos que me cuidan. Estas experiencias primeras y las que vinieron detrás pudieron ser vividas de manera segura o como un abandono. Desde el mismo comienzo de la vida, quizás hayamos identificado el hecho de soltar el apego con la pérdida del poder, con el miedo a disolvernos en un mundo aparentemente dañino y de la satisfacción segura de nuestras necesidades. El misterio de por qué hoy en día nos agarramos tan ferozmente a las cosas y a las personas puede estar en este disfraz de la “identificación con el paraíso original” del que salimos. A medida que crecemos aprendemos que la separación no es un abandono, que “diferenciarse no es distanciarse”, sino simplemente una condición del crecimiento humano, la única desde la que se puede crecer de manera sana, con aduanas flexibles desde las que intercambiar caricias (se define hambre de caricias como la necesidad de reconocimiento, de sentirnos que existimos para los demás y que éstos responden a esta necesidad). Sin embargo, con las aduanas viene la interdependencia, que implican la responsabilidad personal compartida, no el derecho único y exclusivo de ser cuidado unilateralmente, o el de cuidar a los demás sólo para complacer y merecernos ser queridos. De ésta reciprocidad fluye el compartir sano donde renunciar a controlar al otro o lo otro para respetarle. Estas aduanas a las que he llamado pieles de la identidad hacen posible que nos aproximemos a los demás pero manteniendo a salvo nuestra identidad personal en proceso continuo de crecimiento. El amor como pulsación profunda del proceso de acariciar no es renunciar a las fronteras personales, porque eso significará abandonarnos a nosotros mismos. Ninguna relación puede prosperar cuando una de las partes ha abandonado lo esencial, su identidad diferenciada. El amor ocurre cuando dos voluntades se abrazan, se saludan, se reconocen, se favorecen una a otra, y al mismo tiempo, se dejan marchar en libertad. Construir un yo funcional y sano implica relacionarse íntimamente con los otros, con una apertura eficaz y generosa. Sin embargo, la totalidad y el crecimiento al que todo ser humano se dirige permanece íntegra. El estar en contacto con los demás y permanecer íntegro significa seguir incorporando de fuera las posibilidades para que lo esencial e interno siga desarrollándose, dar poder sin por ello sentir que perdemos como personas, ser vulnerables y permeables al amor sin convertirnos en víctimas, comprometerse a vivir sin obviar nuestras fronteras, no perder la capacidad de protegernos mientras sentimos que avanzamos en el sentido de abrigarnos calurosamente, integramos lo que nos sucede o crecemos en un sentido sano. Todo aquello que se diferencia puede ser reintegrado, renovado y transformado. La trans-forma-acción adquiere la fisionomía de un ser humano que camina en el camino de la trasmutación a través de la acción. Con cada paso que damos dejamos atrás aquello que ya fue y damos la bienvenida a algo nuevo. El punto de anclaje para no desaparecer aparece en forma de cuerpo. La piel es el registro y el rostro de nuestros pasos más certeros, dudosos o equivocados, pero al fin y al cabo, el lugar donde aparece la celebración de la vida vivida. Diferenciarse no es distanciarse, sino permitir el espacio suficiente para que nuestra identidad crezca y se expanda, para que nos podamos ver unos a otros y reconocernos. Para ello: • Pide directamente lo que quieres y necesitas. • Rechaza aquello que no quieres. • Protégete y cuida de tí mismo, como si una madre o un padre sanos y amorosos estuvieran dentro de ti. • Reconoce y respeta tus propios límites sin quedarte limitado solo porque sí. • Descéntrate sin dejar de estar centrado. • Prospera continua y sinceramente para sentir satisfacción, resuelve una y otra vez tus necesidades de caricias sanas en un intercambio libre. • Siéntete siempre seguro y equilibrado para iniciar, avanzar o decir adiós a cualquier relación.