El lenguaje de las caricias
Alex Rovira Celma
No
es sólo un placer; acariciar y ser acariciado es también una necesidad
para nuestro bienestar, equilibrio y desarrollo. Las caricias son un
lenguaje rico y sofisticado. Un extraordinario código de comunicación
tan elocuente o más que las palabras, ya que nos permiten acercarnos al
otro y crecer en la expresión del amor.
Hay caricias que
consuelan y las hay que alientan. Otras alivian, algunas reconocen, las
hay que desatan el deseo. Hay caricias vestidas de pasión y las hay con
sabor de amistad y ternura. Las caricias expresan un rango amplísimo de
significados: gratitud, compasión, esperanza, reconciliación,
complicidad, perdón... Porque nacen tanto del instinto más arcaico que
busca el contacto con el otro para saberse protegido, como de la
expresión de la conciencia más elevada y entregada al otro.
Precisamente
porque en la caricia convive lo animal y lo humano, nos recuerda que
somos piel, que somos materia, pero también nos abre la puerta a
momentos de trascendencia. Quizá por ello, decía Paul Valéry que lo más
profundo que tenemos es la piel: el recuerdo de los mimos y arrullos de
la madre, de los abrazos del padre, de los besos y caricias del ser
amado, el tacto de la piel de nuestros hijos forma parte de las memorias
más valiosas que nos acompañan. También la caricia que nos brinda la
Naturaleza: el tacto de la tierra, los pies sobre la hierba, la caricia
del agua, el manto del cachorro, los pasos en la arena, nos relajan,
despiertan la paz interior y la alegría porque nos remiten a lo
esencial.
Cuando es sincera y deseada, la caricia transforma. En
el juego amoroso y en la lujuria desatada nos transporta al movimiento,
al ardor, al entrelazamiento, al clímax y a la relajación dichosa. En la
ternura, nos conmueve y emociona. En la amistad, nos une y nos hace
cómplices. Incluso la paz y la buena voluntad se manifiestan en el
encuentro de dos manos que se enlazan en el tacto de la caricia. También
en el dolor y durante el duelo, el mimo y el abrazo del ser amado hacen
soportable la pérdida porque apuntalan el alma herida. Las caricias
abren además la puerta a la conciencia de nuestro cuerpo. ¿Conocemos los
matices y el infinito espectro de sensaciones que puede despertar la
caricia del ser amado? ¿Conocemos en detalle la piel de nuestra pareja,
del ser querido o deseado con el que nos sumergimos en contacto íntimo?
Más bien no. En general conocemos poco nuestro cuerpo, y aún menos el
del ser amado. En él existe un universo que jamás acabaremos de
explorar, porque el tiempo, además, aporta nuevas dimensiones y
sensaciones que matizan y amplían continuamente la experiencia de
reconocimiento del cuerpo de la persona amada.
Frente a la
comunicación a distancia y a la sobresaturación de estímulos disponemos
de caricias, tacto, contacto y ternura. Muestras de afecto en el cuerpo
a cuerpo en lugar de tanto teléfono móvil, Internet, televisión. Quizás
hoy, buena parte de los problemas de salud psicológica y física que
estamos viviendo en una sociedad cada vez más estresada y bulímica son
gritos desesperados de nuestros cuerpos que, llevados por una
inteligencia arcaica, esencial y profunda, reclaman ver satisfecha su
necesidad de encuentro íntimo con el otro. Una intimidad que no es sólo o
necesariamente encuentro sexual, sino, ante todo, necesidad de
encuentro sincero, de amor. ¿Y si, en lugar de atiborrarnos diariamente
de banalidades, historias ajenas o pasatiempos de escaso valor emocional
e intelectual, nos sumergiéramos en los matices de la caricia? Sin
duda, el mal humor, la depresión, la angustia, e incluso la tristeza,
descenderían drásticamente. "Haz el amor y no la guerra", rezaba el
eslogan pacifista, y no estaría de más retomarlo.
Porque
acariciarnos estimula las endorfinas que nos hacen más soportable el
dolor, amén de aportarnos una profunda sensación de bienestar. Si
crecemos en ausencia de contactos afectuosos, nuestros cerebros tenderán
a tolerar poco el estrés, la ansiedad y el dolor. Es el significado que
acompaña a la caricia, el deseo de abrir la puerta al placer, lo que
hace que el vello se erice, que el escalofrío surja y la emoción se
despliegue.
Una caricia puede llegar a ser el único medio
para expresar lo innombrable. Porque la caricia ya habla incluso antes
de manifestarse. Está ya presente en su intención. Como lo expresó Mario
Benedetti: "Como aventura y enigma / la caricia empieza antes / de
convertirse en caricia". Luego, la invitación a la que llegamos es
simple: podemos incluir en el espectro de nuestro lenguaje con nuestros
afectos el gesto amable, conciliador y tierno de las caricias. Podemos
elegir incluir en nuestro alfabeto comunicativo y en nuestra dieta
emocional una saludable dosis de ternura a través de la piel. ¿Cómo
realizarlo, cómo podemos comunicarnos mejor con los que amamos? La
respuesta, tal cual, está en nuestras manos.