La escucha es parte fundamental de la actitud de
acariciar en cualquier relación humana. Siempre recordaré el efecto que tuvo para mi aquel dicho
de que “Dios puso dos oídos y una boca, simplemente para que escuchemos el
doble de lo que hablamos”.
Hay una profunda necesidad como seres humanos de ser
oídos, sentirnos vistos y respetados. Cuando en terapia la actitud principal es
de escucha atenta y auténtica, iremos percibiendo que los demás se irán
sintiendo confiados e irán siendo cada vez más sinceros con nosotros. En
algunos casos tendrá efectos tranquilizadores y distensores, la persona se
sentirá valorada y reconocida en su foro interno, nos permitirá explorar e
indagar el fondo de los problemas y haremos sentir que hacer terapia es un
regalo.
Hoy todos quieren
hablar y saber que decir, pero lo más importante a la hora de hablar es saber y
tener algo valioso que escuchar. En las escuelas de padres y madres, muchos de
ellos hacen una afirmación al parecer obligada “a veces no se que decirle a mi
hijo”. Escuchar es más difícil de aprender y desde luego, de enseñar. Los
padres enseñan el arte de acariciar escuchando con cada gesto, en el almuerzo,
a la hora de atender las vivencias de los niños cuando vienen del cole, en el
conflicto entre sus hijos, con algún amigo, etc
Pero verdaderamente,
no siento que a la escucha se le esté dando la misma importancia y el mismo
valor que al decir o al hablar. Creo que es necesario un aprendizaje específico y auténtico
en esta dirección. Las personas aprendemos a escuchar cuando somos escuchados. Sin escucha el
ejercicio de recibir a los demás y comprenderlos es inevitablemente inútil.
Si el niño ve que sus padres pelean y no se escuchan, no dan tiempo para
comprenderse sin juicio, para ver lo que pasa entre ellos, pueden aprender a “no escuchar”.
Para ello la escucha ha de ser descargada sólo de consejos, debeísmo
limitantes, prisas y tensiones innecesarias. Es en definitiva, esta escucha sin
más, la que en momentos cruciales de tránsitos dolorosos sirve de presencia y
acompañamiento a ese ser dolido y doliente que muestra su sed de escucha, su necesidad de reconocimiento y su hambre de caricias.
Cuando una persona se encuentra frente a esta actitud primera y esencial de ser escuchado profundamente,
se encuentra acariciado y se abre. Si esta apertura no se da,
simplemente no existirá la entrega ni tampoco habrá encuentro humano.
La entrega es el ejercicio de ir renunciando al miedo, a la vergüenza, a la
culpa, …repetitivas, para dejar salir lo más auténtico.
Lo que cada día nos obligamos a esconder,
resguardar y disfrazar, para sobrevivir, se vuelve vulnerable de nuevo. Cuando nos sentimos demasiado vulnerables aprendemos muy temprano a protegernos tras
la máscara que nos permite, al menos sobrevivir. Pero es a través de la
vulnerabilidad como podemos volver a sentir la plenitud, la autenticidad y la intimidad.
Al contrario, pensamos que ser vulnerables es más ser débiles, fáciles de
herir y sin capacidad, que sensibles y receptivos. Nos replegamos cuando nos
sentimos amenazados, heridos o juzgados, es decir cuando nos sentimos intimidados.
Vivimos en una sociedad que da más valor a intervenir hablando que a escuchar recibiendo. Hay
grandes oradores, conocidos por todos, pero ¿qué gran escuchador podemos
señalar que lo es en los programas televisivos?. Vemos programas de televisión
donde interrumpir constantemente, juzgar lo que los demás hacen, saber más de
la vida del otro que ellos mismos, etc son los valores del mejor periodismo.
Es a su vez muy normal,
por ejemplo en casos de duelo, quitar importancia en vez de escuchar los
sentimientos de las personas sufrientes con expresiones de “no te preocupes”,
“no llores más que tus hijos te van a ver sufrir”, “todo pasa, ya lo verás”, “no
pienses más en eso”, etc o simplemente hablando de nuestras anécdotas cuando el
otro está necesitando, simplemente, ser escuchado y acompañado con la escucha.
La escucha es una de esas formas de estar que nos ayuda a sintonizar con
las frecuencias e intensidades del funcionamiento mental, emocional y
energético de los demás. La
relación y el intercambio de caricias son especialmente sensibles a la actitud
de escucha. Sin escucha no hay comunicación y sin ella, jamás puede haber
caricias.
JOSÉ LUIS FERNÁNDEZ LUJÁN, Marzo de 2013