domingo, 17 de agosto de 2014

LA PROMESA DEL VERDADERO ENCUENTRO

La unidad más básica de la comunicación humana es la “caricia psicológica”. Son definidas como toda comunicación que implica un “mensaje verbal o no verbal de carácter intencionado y comprometido que deja entrever que yo me doy cuenta de que tú estás ahí”. A través de ellas hacemos saber a otra persona que nos hemos percatado de su presencia, que nos importa y que queremos ayudarla. La mayoría de nuestros problemas psicológicos aparecen por la ausencia de caricias, físicas y psicológicas. Del mismo modo que el hambre o necesidad de alimentos es saciada con comida, para la necesidad de contacto y bienestar es necesario, e incluso imprescindible, que la persona sea tocada y reconocida por los demás. Ser abrazados, comprendidos, escuchados, abrigados, protegidos, alimentados, alentados, elogiados, validados, acompañados, e incluso, si esto no es posible, ser al menos agredidos o compadecidos, en definitiva, estamos siendo acariciados. Las caricias son el lenguaje de las sensaciones, las emociones y el alma, y se aprenden en nuestras relaciones diarias, allá donde se producen nuestros sentimientos de fracaso y desazón. Pero, se puede aprender a estar en contacto con lo esencial, con el adentro profundo del corazón, de nuevo. Es cierto, estamos constantemente con muchas personas a lo largo del día, pero ¿con cuántas llegamos a tener un contacto auténtico, fluido y gozoso? acaso una palabra, una valoración a tiempo, un gesto de aprobación... estamos deshabituándonos a lo esencial, al placer de lo cotidiano, de una sonrisa, de un gesto ridículo que nos hace tanto bien, de una palabra que nos hace zimbrearnos, de esa caricia que no va más allá de la simpleza de reconocernos acariciados, de sentirnos escuchados y comprendidos, … En un mundo donde el valor del amor está siendo renovado o desposeído de sus formas, aparece la caricia como el testimonio del latir más profundo de la humanidad. Están llamadas a autentificar las relaciones y acercarse a través de la intimidad a la profundidad del encuentro. Las caricias dan forma porque son la piel porosa y mutable donde damos lo mejor y lo peor de nosotros mismos, y dónde el corazón humano encuentra su rostro. Las caricias son esenciales para la vida física, emocional, psíquica y espiritual de una persona. Sin ellas, dice Berne, la “médula espinal se encogerá”. La falta de ellas por motivos como el abandono, la deprivación emocional, la falta de contacto físico, la ausencia de reconocimiento de las personas más importantes de nuestras vidas, el reconocimiento condicionado, la falta de comprensión, …, sea por las razones que fuere y en función de la gravedad, provocan reacciones que van desde la ansiedad aguda, la necesidad repetitiva e insatisfecha de amor, la falta de seguridad o confianza, los sentimientos depresivos, los trastornos de la personalidad y, en algunos casos, las psicosis agudas. De pronto, tomamos conciencia de que un malestar se instala en nuestra vida, a veces nuevo y otras ya conocido (nos acompaña incluso por años), debido al momento vital que nos toca vivir o porque no se encuentra la manera de cambiarlo. Este malestar puede manifestarse de muchas formas: sensación de sentirse perdido y confuso, enfadado, ansiedad y nerviosismo, dificultad para tomar una decisión, negativa a abordar un conflicto o atravesar una situación difícil y/o la aparición de malestares físicos. Es en estas ocasiones cuando uno se plantea hacer un cambio en la vida y gritamos “ya no puedo más con esto”. Se empieza a saber que se quiere hacer algo pero sin tener claro como. El “síndrome del desacariciado”, como llamamos a estas reacciones, están en el fondo de todos los contactos errados, incomunicaciones, problemas de conviviencia humana, intolerancias, sensaciones de no tener derecho a existir, desacuerdos, desencuentros y desentendimientos en los que basamos o a los que llegamos en nuestras relaciones cotidianas. Su contrapunto, la vuelta a lo esencial y a la salud es recuperar el espacio y el tiempo para acariciar. Esto es ofrecer un espacio de escucha, confianza y seguridad donde la persona que acaricia o es acariciada se sienta libre y capaz de descubrirse y reconocerse, encontrando nuevas maneras de relacionarse mejor consigo mismo y con los demás. En Análisis Transaccional partimos del principio de que “Todos nacemos príncipes y princesas. Después en nuestras relaciones con los demás tomamos decisiones que nos limitan con las que nos convertimos en sapos o ranas encantadas” (Berne). Me gusta recordar esta cita y añadir que: "como seres humanos se nos ha concedido el don de transformar el mero hecho de vivir en un compartir nuestras vivencias (convivir), y esto conlleva el darnos la posibilidad y el permiso para intercambiar caricias espontaneas, cercanas, conscientes, íntimas y respetuosas. Pero esto sólo es posible a quien es capaz de superar las estrecheces de sus espacios habituales, salir de sí mismo para cruzar el río que lo separa del mundo y los demás, en la entrega a la tarea de acercarse a otras personas, con otras realidades, con otros acontecimientos". Cuando alguien viene a verme me recuerdo y hago presente, que la acogida no debe hacerse repentina porque requiere tiempo, respeto y dedicación constante. No basta con ser buena persona o buen profesional. En las orillas entre nosotros, en nuestra puesta en común, la frontera más visible, es la que separa mi piel de la suya. Sin embargo, no hay encuentro, si no decidimos juntos una y mil veces ahondar y des-cubrirnos en el propio país de nuestros adentros y despojarnos de nuestras envolturas y recubrimientos. En el breve e intenso momento de la primera mirada podemos ya ofrecernos, a modo de promesa realizada, la intención de que se va a ser y hacer todo lo posible para que la simple visita se convierta en auténtico encuentro.

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