jueves, 7 de junio de 2012

¿POR QUÉ Y PARA QUÉ EL TÉRMINO GABINETE CARIZIA?


La unidad más básica de la comunicación humana es la “caricia psicológica”. Son definidas como toda comunicación que implica un “mensaje verbal o no verbal de carácter intencionado y comprometido que deja entrever que yo me doy cuenta de que tú estás ahí”. A través de ellas hacemos saber a otra persona que nos hemos percatado de su presencia, que nos importa y que queremos ayudarla.
El Gabinete Carizia nace como invitación y propuesta a cualquier persona que quiera conocerse un poco mejor y mejorar con ello la calidad de sus relaciones interpersonales, de pareja y de su vida en general. La mayoría de nuestros problemas psicológicos aparecen por la ausencia de caricias, físicas y psicológicas. Del mismo modo que el hambre o necesidad de alimentos es saciada con comida, para la necesidad de contacto y bienestar es necesario, e incluso imprescindible, que la persona sea tocada y reconocida por los demás. Ser abrazados, comprendidos, escuchados, abrigados, protegidos, alimentados, alentados, elogiados, validados, acompañados, e incluso, si esto no es posible, ser al menos agredidos o compadecidos, en definitiva, estamos siendo acariciados.
          Las caricias son el lenguaje de las sensaciones, las emociones y el alma, y se aprenden en nuestras relaciones diarias, allá donde se producen nuestros sentimientos de fracaso y desazón. Pero, se puede aprender a estar en contacto con lo esencial, con el adentro profundo del corazón, de nuevo. Es cierto, estamos constantemente con muchas personas a lo largo del día, pero ¿con cuántas llegamos a tener un contacto auténtico, fluido y gozoso? acaso una palabra, una valoración a tiempo, un gesto de aprobación... estamos deshabituándonos a lo esencial, al placer de lo cotidiano, de una sonrisa, de un gesto ridículo que nos hace tanto bien, de una palabra que nos hace zimbrearnos, de esa caricia que no va más allá de la simpleza de reconocernos acariciados, de sentirnos escuchados y comprendidos, …
En un mundo donde el valor del amor está siendo renovado o desposeído de sus formas, aparece la caricia como el testimonio del latir más profundo de la humanidad. Pone de manifiesto su hambre de autentificar las relaciones y acercarse a través de la intimidad a la profundidad del encuentro. Las caricias dan forma y despiertan los sentires y el sentido de la comunicación. Al fin y al cabo, las caricias son la piel porosa y mutable donde damos lo mejor y lo peor de nosotros mismos, y dónde el corazón humano encuentra su rostro.
 
Para nuestro Gabinete, las caricias son esenciales para la vida física emocional, psíquica y espiritual de una persona. Sin ellas, dice Berne, la “médula espinal se encogerá”. Cuando existen o han existido en nuestra historia personal carencias de caricias como el abandono, la deprivación emocional, la falta de contacto físico, la ausencia de reconocimiento de las personas más importantes de nuestras vidas, el reconocimiento condicionado, la falta de comprensión, …, sea por las razones que fuere y en función de la gravedad, las reacciones van a ser de ansiedad aguda, de necesidad repetitiva e insatisfecha de amor, falta de seguridad o confianza, sentimientos de depresión, trastornos de la personalidad, en algunos casos psicosis agudas, malestar difuso y un sentimiento de insatisfacción general con la vida, los demás y nosotros mismos. 
De pronto, tomamos conciencia de que un malestar se instala en nuestra forma de vivir, a veces nuevo y otras ya conocido (nos acompaña incluso por años), debido al momento vital que nos toca vivir o a que no se encuentra la manera de cambiarlo. Este malestar puede manifestarse de muchas formas. Entre ellas con una sensación de sentirse perdido y confuso, enfadado, con ansiedad y nerviosismo, con dificultad para tomar una decisión, abordar un conflicto o atravesar una situación difícil o con la aparición de malestares físicos. Es en estas ocasiones cuando uno se plantea hacer un cambio en la vida, cuando desde dentro sentimos “ya no puedo más con esto”, y algo se quiere hacer pero sin tener claro como hacerlo. 
El “síndrome del desacariciado”, como llamamos a estas reacciones, están en el fondo de todos los contactos errados, incomunicaciones, problemas de conviviencia humana, intolerancias o discriminaciones, desacuerdos, desencuentros y desentendimientos en los que basamos o a los que llegamos en nuestras relaciones cotidianas.
Por todo ello, ofrecemos un espacio de escucha, confianza y seguridad donde la persona se sienta libre y capaz de descubrirse y conocerse, encontrando nuevas maneras de relacionarse mejor consigo mismo y con los demás. Comprendemos a la persona como una unidad integrada, compuesta por distintos aspectos, psicológicos, corporales, intelectuales y espirituales, y por tanto, en nuestra labor terapéutica, ponemos el foco de atención en las emociones, la vivencia corporal y las cogniciones que las envuelven, en las necesidades de caricias que nos llevaron a este estado, así nuestros pacientes entienden qué les pasa y descubren cómo pueden hacer para sentirse mejor.
En el Gabinete y recogido del Análisis Transaccional partimos del principio de que “Todos nacemos príncipes y princesas. Después en nuestras relaciones con los demás tomamos decisiones que nos limitan con las que nos convertimos en sapos o ranas encantadas” (Berne). Sin embargo, como seres humanos se nos ha concedido el don de transformar el mero hecho de vivir en un compartir nuestras vivencias (convivir), y esto conlleva el darnos la posibilidad y el permiso para intercambiar caricias espontaneas, cercanas, conscientes, íntimas y respetuosas. Pero esto sólo es posible a quien es capaz de superar las estrecheces de sus espacios habituales, salir de sí mismo para cruzar el río que lo separa del mundo y los demás, y se entrega a la tarea de acercarse a otras personas, con otras realidades, con otros acontecimientos. 
Cuando alguien viene a vernos al Gabinete nos recordamos y hacemos presente, que la acogida no debe hacerse repentina porque requiere tiempo, respeto y dedicación constante. No basta con ser buenos profesionales. En las orillas entre nuestros pacientes-clientes y nosotros, en nuestra puesta en común, la frontera más visible, es la que separa nuestra piel de la suya. Sin embargo, no hay encuentro, si no decidimos juntos una y mil veces ahondar y des-cubrirnos en el propio país de nuestros adentros y despojarnos de nuestras envolturas y recubrimientos. En el breve e intenso momento de la primera entrevista inicial podemos ya ofrecernos, a modo de promesa realizada, la intención de que se va a ser y hacer todo lo posible para que la simple visita se convierta en auténtico encuentro.

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