La unidad más básica de
la comunicación humana es la “caricia psicológica”. Son definidas como toda
comunicación que implica un “mensaje verbal o no verbal de carácter
intencionado y comprometido que deja entrever que yo me doy cuenta de que tú
estás ahí”. A través de ellas hacemos saber a otra persona que nos hemos
percatado de su presencia, que nos importa y que queremos ayudarla.
El Gabinete
Carizia nace como invitación y propuesta a cualquier persona que quiera
conocerse un poco mejor y mejorar con ello la calidad de sus relaciones
interpersonales, de pareja y de su vida en general. La mayoría de nuestros
problemas psicológicos aparecen por la ausencia de caricias, físicas y
psicológicas. Del
mismo modo que el hambre o necesidad de alimentos es saciada con comida, para
la necesidad de contacto y bienestar es necesario, e incluso imprescindible,
que la persona sea tocada y reconocida por los demás. Ser abrazados,
comprendidos, escuchados, abrigados, protegidos, alimentados, alentados,
elogiados, validados, acompañados, e incluso, si esto no es posible, ser al
menos agredidos o compadecidos, en definitiva, estamos siendo acariciados.
Las caricias son el lenguaje de las
sensaciones, las emociones y el alma, y se aprenden en nuestras relaciones
diarias, allá donde se producen nuestros sentimientos de fracaso y desazón. Pero,
se puede aprender a estar en contacto con lo esencial, con el adentro profundo
del corazón, de nuevo. Es cierto, estamos constantemente con muchas personas a
lo largo del día, pero ¿con cuántas llegamos a tener un contacto auténtico,
fluido y gozoso? acaso una palabra, una valoración a tiempo, un gesto de
aprobación... estamos
deshabituándonos a lo esencial, al placer de lo cotidiano, de una sonrisa, de
un gesto ridículo que nos hace tanto bien, de una palabra que nos hace
zimbrearnos, de esa caricia que no va más allá de la simpleza de reconocernos
acariciados, de sentirnos escuchados y comprendidos, …
En un mundo donde el valor
del amor está siendo renovado o desposeído de sus formas, aparece la caricia
como el testimonio del latir más profundo de la humanidad. Pone de
manifiesto su hambre de autentificar las relaciones y acercarse a través de la
intimidad a la profundidad del encuentro. Las caricias dan forma y despiertan
los sentires y el sentido de la comunicación. Al fin y al cabo, las caricias
son la piel porosa y mutable donde damos lo mejor y lo peor de nosotros mismos,
y dónde el corazón humano encuentra su rostro.
Para nuestro Gabinete, las caricias son esenciales para la vida
física emocional, psíquica y espiritual de una persona. Sin ellas, dice Berne,
la “médula espinal se encogerá”. Cuando
existen o han existido en nuestra historia personal carencias de caricias como
el abandono, la deprivación emocional, la falta de contacto físico, la ausencia
de reconocimiento de las personas más importantes de nuestras vidas, el
reconocimiento condicionado, la falta de comprensión, …, sea por las
razones que fuere y en función de la gravedad, las reacciones van a ser de
ansiedad aguda, de necesidad repetitiva e insatisfecha de amor, falta de
seguridad o confianza, sentimientos de depresión, trastornos de la
personalidad, en algunos casos psicosis agudas, malestar difuso y un
sentimiento de insatisfacción general con la vida, los demás y nosotros mismos.
De pronto, tomamos conciencia de que un
malestar se instala en nuestra forma de vivir, a veces nuevo y otras ya
conocido (nos acompaña incluso por años), debido al momento vital que nos toca
vivir o a que no se encuentra la manera de cambiarlo. Este malestar puede
manifestarse de muchas formas. Entre ellas con una sensación de sentirse perdido y confuso, enfadado, con ansiedad y
nerviosismo, con dificultad para tomar una decisión, abordar un conflicto o
atravesar una situación difícil o con la aparición de malestares físicos.
Es en estas ocasiones cuando uno se plantea hacer un cambio en la vida, cuando
desde dentro sentimos “ya no puedo más con esto”, y algo se quiere hacer pero
sin tener claro como hacerlo.
El “síndrome del desacariciado”, como llamamos a estas
reacciones, están en el fondo de todos los contactos errados, incomunicaciones,
problemas de conviviencia humana, intolerancias o discriminaciones,
desacuerdos, desencuentros y desentendimientos en los que basamos o a los que
llegamos en nuestras relaciones cotidianas.
Por todo
ello, ofrecemos
un espacio de escucha, confianza y seguridad donde la persona se sienta libre y
capaz de descubrirse y conocerse, encontrando nuevas maneras de relacionarse
mejor consigo mismo y con los demás. Comprendemos
a la persona como una unidad integrada, compuesta por distintos aspectos,
psicológicos, corporales, intelectuales y espirituales, y por tanto, en
nuestra labor terapéutica, ponemos el foco de atención en las emociones, la
vivencia corporal y las cogniciones que las envuelven, en las necesidades de
caricias que nos llevaron a este estado, así nuestros pacientes entienden qué
les pasa y descubren cómo pueden hacer para sentirse mejor.
En el Gabinete y recogido del Análisis Transaccional partimos
del principio de que “Todos nacemos
príncipes y princesas. Después en nuestras relaciones con los demás tomamos
decisiones que nos limitan con las que nos convertimos en sapos o ranas
encantadas” (Berne). Sin embargo, como seres humanos se nos ha concedido
el don de transformar el mero hecho de vivir en un compartir
nuestras vivencias (convivir), y esto conlleva el darnos la
posibilidad y el permiso para intercambiar caricias espontaneas, cercanas,
conscientes, íntimas y respetuosas. Pero esto sólo es posible a quien es capaz
de superar las estrecheces de sus espacios habituales, salir de sí mismo para
cruzar el río que lo separa del mundo y los demás, y se entrega a la tarea de
acercarse a otras personas, con otras realidades, con otros acontecimientos.
Cuando alguien viene a vernos al Gabinete nos recordamos y hacemos presente, que la
acogida no debe hacerse repentina porque requiere tiempo, respeto y dedicación
constante. No basta con ser buenos profesionales. En las orillas entre
nuestros pacientes-clientes y nosotros, en nuestra puesta en común, la frontera
más visible, es la que separa nuestra piel de la suya. Sin embargo, no hay
encuentro, si no decidimos juntos una y mil veces ahondar y des-cubrirnos en el
propio país de nuestros adentros y despojarnos de nuestras envolturas y
recubrimientos. En el breve e intenso
momento de la primera entrevista inicial podemos ya ofrecernos, a modo de
promesa realizada, la intención de que se va a ser y hacer todo lo posible
para que la simple visita se convierta en auténtico encuentro.
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