Cuando uno
cree haber encontrado las respuestas, llega el universo y cambia las preguntas
Albert Espinosa
Estamos continuamente haciéndonos
preguntas porque buscamos respuestas. El motor que impulsa nuestra búsqueda es
la necesidad de aprender y nuestra sed de encontrar, simplemente por la
satisfacción de hallar y descubrir.
Cada pregunta sin contestar puede ser
vivida como la oportunidad perdida para encontrar respuestas que nos ayuden a
seguir buscando. En cada afirmación que le hacemos a alguien creyendo saber su
respuesta, en cada juicio lanzado y en cada solución, dejamos de darle a
nuestros hijos, pareja, amigos, pacientes, conocidos y desconocidos la
oportunidad de indagar y, por tanto, de sentir satisfacción por encontrar.
Una respuesta, sin la actitud de
apertura necesaria para averiguar, acaba rechazada o menguada por quien no la
ha pedido. La necesidad curiosa a veces permanente de búsqueda acaba con la
maravillosa sensación de encontrar respuestas, de la misma forma que las tiene
un niño al poner una pieza o completar un puzle.
Como dice Federico Luppi: hay
preguntas que son Lugares Comunes. Son aquellas que todos sabemos como empiezan
aunque no siempre como acaban. ¿Por qué?, ¿Cómo?, ¿Cuándo?, ¿Dónde?, ¿Qué?, ¿Quién?
y ¿Para qué?.
Me gusta invertir, en los procesos
terapéuticos y en mi vida en general, más tiempo en hacer preguntas, en guardar
silencio para escuchar o en acompañar los propios procesos de búsqueda y
descubrimiento, que en dar respuestas.
He llegado a la conclusión que como persona
y como terapeuta de profesión me convierto en respuesta cuando hago una pausa
para saber estar en lo desconocido con curiosidad, en la preguntas que buscan
claridad cuando hay confusión, en el silencio que acompaña sintónicamente
cualquier momento emocional, en la búsqueda de respuestas que no siempre nacen
de la reflexión mental porque vienen de senderos más sutiles (sensaciones,
emociones, reacciones físicas, sueños, fantasías, etc) y en el respeto por las
preguntas que el paciente hace o las respuestas que espera de mi, siendo muchas
veces las que el mismo se da o le han dado.
No hay mejor pregunta que la que emana
del arte del no saber y de la actitud de humilde-grandeza. Se suele decir que “nadie
conoce todas las respuestas” y a mi me encanta recordarme que siempre puedo
estar y hacer preguntas o ser una fuente de indagación cuando me pongo ante el
misterioso desconocimiento que me supone cualquier ser humano con el que me
encuentro y ante la vida.
Nos da miedo “no saber que pasará
después” y, sin embargo, nos cuesta indagar ¿por qué tenemos miedo a no saber?,
¿cómo llegamos al miedo?, ¿qué hacemos con él y cómo nos solemos manejar cuando
aparece?, ¿a dónde nos llevará?, ¿quién o qué partes de mi identidad deciden o
eligen dar curso a este miedo?, ¿cuándo empezó y acabará? y ¿para qué o qué
función psicológica, e incluso espiritual, tiene el miedo a lo desconocido e
incontrolable?. Finalmente, tenemos la oportunidad de preguntarnos ¿qué tememos?
y ¿qué puedo aprender aquí y ahora de este maravilloso momento y de esta experiencia
del no saber?.
A veces me pregunto qué se siente, qué
se piensa y qué motiva a los demás y a mí mismo a responder mecánicamente ante
lo que nos va ocurriendo cada día, en cada momento, en cada experiencia y en
cada decisión. Se nos ofrece como seres humanos creativos la maravillosa
oportunidad de aprender a ser una respuesta nueva, renovada, consciente y libre
para cada ocasión. ¿Para qué insistir en las mismas respuestas que después
sentimos que no nos satisfacen, hacen feliz o despiertan?.
¿Qué pregunta no busca ser contestada?
y ¿qué pregunta no parte de la conciencia del no saber y de la necesidad de
encontrar?. Puede llegar a ser un arte, hacer preguntas, aunque yo las siento
como un camino, un ejercicio, una profunda necesidad de descubrirme y una manera
de ofrecer a otros a hacer lo mismo. Al fin y al cabo, ¿qué afirmación o
negativa, qué vivencia, sueño, fantasía, sensación, creencia o sentimiento no
puede llegar a ser algo tremendamente revelador cuando se formula en clave de
interrogación?.
Aún así, no podemos confundir el punto
de partida. Si la pregunta nace de la curiosidad genuina, la necesidad serena
de aclaración o contestación, las ganas y el entusiasmo de descubrir o saber,
no puede ser el mismo punto de partida que la pregunta que se presenta como
interpelación, demanda, pega, ruego o examen intencionadamente soberbia. La primera
indaga con respeto, amor incondicional y humildad mientras que la segunda
evalúa, curiosea, confunde y da la respuesta por contestada en la misma
pregunta engordando el ego de quien ya da por sabido que todo lo sabe. Es de
esta manera, cuando el arte del no saber se convierte en sentencia limitante.
Echo de menos la oportunidad que
tienen los padres de conocerse y enseñar a sus hijos a descubrir lo maravilloso
que es el mundo, que ellos mismos son, lo que traen como único para enseñar y
lo que están llamados a ser.
Echo de menos en la escuela, la
satisfacción y el entusiasmo que los alumnos pueden tener al descubrir por sí
mismos la respuesta que en lo más profundo emerge como resultado de una
búsqueda y el respeto al tiempo que cada uno necesita para parirla. Educar siempre
puede llegar a ser sembrar para que cada uno de sus mejores frutos.
Echo de menos parejas y amigos que no
den por hecho que se conocen y reconocen la manera de ser y hacer, cuando
esencialmente estamos todos aprendiendo y conociéndonos continuamente. Me encanta
sentir que el ser humano es todavía un misterio insondable (en el sentido de no
poder llegar al fondo) por desvelar que me invita a ser humilde en mis
afirmaciones y sentencias.
Y, echo de menos una humanidad que se
siente frente a frente con la única excusa de indagar una vida que sea vivida
en el camino de la búsqueda incansable del infinito misterio de lo que somos,
que salga lo mejor de nosotros mismos o estamos llamados a ser y aceptar con
humildad que sabemos muy poco ante tan maravilloso misterio.
¿No será preguntar la respuesta que
estamos buscando?, ¿no serán las preguntas los pasos que nos llevan a lo
desconocido y misterioso?, ¿no serán las preguntas lo ilimitado en los límites
naturales que nos recuerdan que estamos hechos para aprender, ser humildes y
aceptar que nacimos y somos inacabados? y ¿no serán las preguntas la forma de
llegar al entusiasmo, el amor propio y por los demás en cada respuesta que encontramos?
El haber nacido incompletos hace más
estimulante la experiencia de descubrir, crecer, hacer preguntas, aprender,
tener curiosidad, encontrar nuestra honda creatividad y vivir cada día las
respuestas como algo nuevo. Es una aventura seguir interrogando las
respuestas. Entonces interroguemos las respuestas. Al final, ¿qué tenemos que
perder? o mejor dicho ¿qué podemos encontrar?.
José Luis Fernández Luján
Psicólogo y Psicoterapeuta
Octubre 2013
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