jueves, 12 de diciembre de 2013

INEVITABLEMENTE NO ESTAMOS SOLOS, nos NECESITAMOS






La actividad más constante del ser humano en proceso de desarrollo es el estar en contacto (con los demás, consigo mismo, con el mundo).

Esta actividad es una experiencia fundamentalmente motivadora del comportamiento humano. No sólo es gratificante, sino necesaria.

La “caricia psicológica” es la unidad más básica de la comunicación humana. Es definida como toda comunicación que implica un “mensaje verbal o no verbal de carácter intencionado y comprometido que deja entrever que yo me doy cuenta de que tú estás ahí”. A través de ella hacemos saber a otra persona que nos hemos percatado de su presencia.

Somos concebidos y nacemos dentro de una matriz de relaciones, y vivimos toda la vida en un mundo que está poblado, de un modo inevitable y constante, por otros seres humanos y movimientos (inevitabilidad del CONTACTO): tanto externamente (la mayor parte del tiempo) como internamente (todo el tiempo), en forma de fantasías, de expectativas y de recuerdos. SER HUMANO ES ESTAR EN RELACIÓN CON LOS DEMÁS.

Podríamos decir que el órgano fundamental del contacto es la PIEL, sin embargo, la manera de captar, recibir y asimilar el mundo de fuera hacia dentro de uno mismo, es a través de los sentidos. Y la manera de ir de uno mismo y expresarse en el mundo, es a través de nuestra presencia entrando en contacto.

Sin embargo, es fácil pensar que ese contacto no es siempre superficial cuando hablamos de seres humanos. Al hablar de caricias, añadimos al simple roce de una piel con otra piel, la capacidad de que el contacto no sólo es mero roce sino que alcanza a lo profundo. Tocar es con-tactar con el otro, y con ello, dar significado a la acción de acariciar tocar, mecer, abrazar, rozar, sostener, proteger, apartar, hacer daño, desamparar, abandonar, descuidar, etc).

Los significados pueden ser infinitos: mostrar cariño, dar protección, sentir candidez, fricción o reyerta, apreciar manoseo, manipulación, familiaridad, disputa, ...

Desde que somos pequeños venimos al mundo incompletos, moldeables y con capacidad de crecer adaptándonos. Nuestra vida a través del contacto se fundamenta en dejar entrar el alimento (aire, comida y caricias), el calor (cuidados, reconocimientos, ...) y el apoyo (sostén, seguridad, ...) que necesitamos, al mismo tiempo que soltamos y desechamos lo que no necesitamos. En este proceso de ida y vuelta, crecemos y aprendemos a intercambiar caricias.

El hombre es un ser con hambre de caricias y para mantener el equilibrio y el desarrollo, es decir la salud, necesita intercambiar con el entorno energía, emociones, pensamientos, reconocimiento e información. La mayoría de ellas se satisfacen en el trato y en la interacción. Unas veces por contagio, otras por imitación, experiencia adquirida o calibración con el entorno físico, sociofamiliar o cultural, asimilando y adaptándonos, dependiendo de nuestra evolución, las habilidades desarrolladas y, las posibilidades y disponibilidad del ambiente.

Así, de esta manera simple (Fig) nuestras necesidades van siendo satisfechas (encajan como un puzzle) y vamos desarrollando el potencial psicogenético que traemos.

El CONTACTO es el lugar desde donde el yo se va emancipando gradualmente, desde el primer contacto en el útero. El vientre materno es el lugar primigenio que nos sostiene, que define nuestra ubicación y respeta nuestro espacio. Cualquier déficit de lugar o el rechazo de las personas que nos cuidan a lo largo de nuestra vida (incluidos de mayores nosotros mismos), provocan en nuestra vida el deseo de pertenecer a algún sitio y la desconexión o huída de este mundo.

A través del contacto, nos alimentamos y captamos el calor que nos es necesario para sobrevivir. Primero a través del cordón umbilical, luego en nuestras relaciones personales, recibimos el alimento amoroso que nos ayudará a estar completos, satisfechos y felices de sentimientos. Si ese alimento no llega en el momento, la cantidad y la forma adecuada, nos sentiremos huecos por dentro, vacíos. Puede que ilimitables o insaciables, enojados o insatisfechos, desesperados por una alimentación alternativa.

De la misma manera, los primeros contactos y toda la vida cuando nuestra madre nos tiene en brazos, son el lugar idóneo para tener la sensación de fondo y de suelo: el sostén. Todos necesitamos en algún momento sentirnos sustentados y apoyados, para asegurar y afirmar que estamos vivos y somos alguien para los demás. Cualquier déficit en esta necesidad nos lleva a sentirnos inseguros, tener el deseo de que nuestra vida tenga fundamento, poco equilibrio e inestabilidad.
Cuando somos pequeños (blanditos y frágiles) o nos sentimos vulnerables e indefensos ante los peligros de las fuerzas externas e incluso frente a nuestros peores miedos, el contacto adecuado nos protege del peligro, nos amortigua de la influencia externa y nos ampara para encontrar un refugio. Sabemos que cualquier déficit de protección nos deja en la indefensión, en la impotencia, temerosos y vulnerables al peligro.

Desarrollamos ante ese déficit una sensibilidad extrema al dolor (“no quiero volver a verlo, me duele en el alma cada vez que lo veo”) y/o una penetrabilidad exagerada ante cualquier acontecimiento (“yo lo que quiero es que las cosas no me afecten tanto”).

Definitivamente, es en el contacto donde nuestros límites quedan desnudos al efecto del mundo exterior. Es en la frontera (física, emocional, psicológica, ...) donde experimentamos el encuentro con los demás y donde se desvela la necesidad de afecto genuino con la que aprendemos a sentirnos acogidos y aceptados. Creceremos como adultos espontáneos, sanos y sabiendo manejar los límites/frontera/lugar-de-encuentro que nos acercan desde el respeto a los demás, sin buscar la destrucción o la autoinmolación. Si hemos recibido fronteras afectuosas y sanas, probablemente tendremos satisfechas nuestras necesidades básicas, estaremos saciados, sabremos manejar nuestro poder de forma responsable. Pero si esto no ocurre, aparecerán la omnipotencia, la impotencia, la confusión entre la fantasía y la realidad sintiendo que la vida no encaja o tiene sentido, el apetito ilimitado, la ansiedad, los comportamientos rígidos, la crispación y el conformismo derivados de los intentos del yo de crecer a través del contacto de forma adecuada.

En el TRATO vamos compartiendo nuestras necesidades con las ajenas que provienen de los demás. Y así paso a paso, vamos desarrollándonos en relación con los demás, con el mundo y con nosotros mismos en el intercambio de caricias.

Para el hambre de caricias las relaciones son procesos, no productos acabados y perfectos. Nuestra identidad crece con cada intercambio de caricias. Escalón tras escalón, las necesidades de pensar, sentir, entrar en contacto, tener sensaciones y reconocimiento, las acciones van convirtiéndose en una expresión profunda de nuestra identidad.

Así, y sólo así, el contacto es el espacio desde el que somos quienes somos, seres en relación e inevitablemente no estamos solos.

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